Inteligencia DesArtificial: ¿Qué esconden nuestras acciones?

INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Fabricio De los Santos

5/4/20256 min read

Suena la alarma del celular. Son las siete de la mañana del sábado. A pesar de que hoy Eva no trabaja, decidió levantarse temprano porque necesita comprar una broca para su taladro, una herramienta que sus amigos le habían regalado como símbolo de independencia cuando se mudó por primera vez sola a su nuevo apartamento.

El único problema era que solo tenía el taladro, pero no las brocas.

Ella no sabía que allí se le decía “broca”, porque en su país de origen le llamaban mecha. Así recordaba cuando ayudaba a su padre en alguna reparación casera y él le decía:

—Eva, por favor, alcánzame esa mecha.

Luego, ella lo veía colocarla en el taladro para hacer algún agujero en la pared.

Generalmente, los sábados tomaba largos desayunos, pero hoy fue muy rápida porque necesitaba comprar la broca. Había visto que, a dos cuadras de su casa, había una ferretería. Esperaba que ya estuviera abierta al llegar.

Al acercarse, vio que un señor recién estaba abriendo la puerta del negocio. Pensó para sí que podría haber tomado su desayuno con más calma, porque seguramente, entre que acomodara todas las cosas y demás, iba a tardar un poco. Pero también pensó que, si le pedía lo que necesitaba de inmediato, el señor quizás la atendería antes de comenzar a ordenar la tienda, y así podría volver rápido a casa para hacer su trabajo.

—Buenos días —le dijo Eva al señor, que estaba de espaldas buscando entre un gran manojo de llaves cuál era la que abría la puerta.

Lentamente, el señor se dio vuelta y respondió:

—Buen día, señorita. Ya la atiendo, déjeme buscar la llave. Hace más de cincuenta años que hago lo mismo y ya debería saber cuál es la correcta… pero es que mi bisnieto me regaló un llavero de su club favorito y ahora se me hace más difícil. Pero aquí está… creo que es esta —le mostró una llave a Eva y se dio vuelta para introducirla en la cerradura.

Cuando la llave giró, se volteó nuevamente, la miró, sonrió y dijo:

—Señorita, hoy usted me ha dado suerte. A veces me lleva varios minutos encontrar la correcta. Por favor, pase. Ya termino de arreglar unas cosas y estoy con usted para atenderla.

Eva sonrió, casi por cortesía, aunque en su interior pensaba que su plan había fallado. El señor, que parecía actuar en una especie de “Operación Tortuga”, tenía intención de acomodar toda la tienda antes de atenderla. Eva entró y se colocó a un lado del mostrador principal.

El señor, que caminaba un poco encorvado, colocó un cartel en la acera que decía Ferretería Mario y María – Abierto, y volvió lentamente al interior. Eva pensaba que tendría que esperar a que terminara de acomodar las cosas, pero se vio sorprendida cuando el señor —que ahora asumía se llamaba Mario— se ubicó detrás del mostrador, apoyó los brazos para descansar y le dijo:

—¿En qué puedo ayudarla, señorita?

Eva titubeó al responder. Ya se había hecho la película de que iba a tardar mucho en ser atendida, así que respondió rápidamente:

—Preciso una broca.

El señor inclinó la cabeza, sus labios esbozaron una sonrisa y preguntó:

—¿Para qué necesita la broca?

Eva respondió enseguida:

—Es para hacer un agujero en la pared. Creo que de unos seis milímetros —dijo, intentando dar un aire de sabiduría e independencia.

—Ahhh, muy bien —respondió el viejo ferretero—. Veo que sabe lo que quiere. Pero en realidad, usted, señorita, no desea una broca de seis milímetros. Desea hacer un agujero de seis milímetros en una pared.

—Eh... pues sí. Preciso hacer unos agujeros.

El señor miró hacia los estantes, luego se volvió hacia Eva y le hizo otra pregunta:

—¿Y para qué necesita hacer esos agujeros en la pared?

A Eva le pareció una pregunta sensata, porque quizás la medida podía variar, a pesar de que era la indicada en el manual. Entonces respondió:

—Es que voy a poner un estante en la pared. Ya lo he comprado, viene con los tacos y tornillos. Mis amigos me han regalado un taladro, pero no tiene mecha.

El señor asintió con la cabeza y dijo:

—Usted no quiere una broca, ni hacer unos agujeros.

Eva, un poco confundida, replicó:

—Sí, en realidad quiero poner un estante.

El señor volvió a preguntar:

—¿Y qué va a colocar encima de ese estante?

Eva también pensó que la pregunta era sensata, porque el peso podría ser importante para lo que estaban hablando. Contestó:

—No creo que sea muy pesado. Quiero poner unas fotos familiares encima.

El señor dijo:

—Entiendo. Entonces, usted no quiere una broca. Ni tampoco hacer unos agujeros en la pared. Ni siquiera poner un estante…

Eva pensó en lo que el señor le estaba diciendo. Y lo comprendió: lo que realmente deseaba era tener presente el recuerdo de su familia y de sus amigos, visible ante ella todos los días. El hecho de querer montar ella misma ese estante era lo que completaba el círculo de independencia que había comenzado cuando sus amigos le regalaron el taladro. Aquello ya no sería una simple herramienta; sería un símbolo de su nueva vida. Quería honrar los recuerdos y las enseñanzas de su padre, y ahora debía enfrentarse sola a los desafíos.

Comprendió que no quería una broca de seis milímetros: quería tener cerca a sus seres queridos, y quería demostrarse a sí misma —y a quienes la visitaran— que ella sola había puesto ese estante. Una pequeña acción, pero con una enorme carga de sentimientos y emociones detrás.

Reflexión: Nuestras acciones esconden emociones

Muchas veces, quienes brindamos un servicio lo hacemos de forma tan automática que no nos detenemos a pensar en la emoción que estamos ayudando a construir. Justamente ahí radica la importancia de nuestras respuestas: pueden generar una buena emoción… o todo lo contrario.

Se me vienen a la mente muchos ejemplos, pero hay uno que me toca especialmente el corazón: una persona muy querida. Ella es dentista. Y aunque uno puede acudir a ella por un dolor o por mejorar su aspecto, lo que realmente hace es ayudar a las personas a cumplir un deseo profundo: sentirse bien consigo mismas, poder sonreír con libertad y, a través de eso, compartir felicidad con los demás. Un acto que puede parecer insignificante, pero que tiene un enorme valor.

La próxima vez que compres unas pizzas para ver una película en familia, piénsalo:
¿Lo haces porque tienes hambre… o porque deseas que ese momento sea especial?

Esto es algo que, como seres humanos, deberíamos aprender a valorar…
Porque la inteligencia artificial está avanzando muy rápido en comprender estas cosas.

Unas semanas después, Eva organizó una cena con sus amigos para que conocieran a sus padres. Ellos habían cruzado el océano para visitar su nuevo hogar, y, a pesar del largo viaje, insistieron en que la reunión se hiciera ese mismo día. Prácticamente llegaron todos al mismo tiempo.

Sus amigos, entre bromas y comentarios, le decían que no podían creer que ella misma hubiera colocado el estante. Sus padres observaban con orgullo, no solo el trabajo realizado, sino también la vida que su hija estaba construyendo.

En un momento de la noche, su padre se acercó y le dijo:

—Te felicito, hija.

—¿Por el estante? —preguntó ella con una sonrisa.

—No —respondió su padre—. Porque eres una verdadera mujer independiente.

Esta ha sido mi segunda entrega.

En mi día a día, como profesional de la tecnología, estudio, trabajo y convivo con la inteligencia artificial. Existen —llamémoslas así— distintas “versiones” creadas por diferentes empresas que compiten en el mercado por interactuar con nosotros. Sin lugar a dudas, todas son herramientas poderosas que, si las usamos con conciencia, pueden ayudarnos en muchas áreas.

Como escritor, me interesa investigar sobre desarrollo personal, filosofía y temas afines. En los últimos tiempos, he notado el comportamiento cada vez más humano que han logrado estas herramientas. Por un lado, eso es positivo. Pero por otro, es algo que debemos comprender: hay aspectos en los que cada vez será más fácil que la inteligencia artificial nos tome la delantera.

Por eso, mi objetivo es promover que no solo las personas del ámbito informático comprendan cómo funcionan estas tecnologías. Todos deberíamos saber de qué son capaces... pero, sobre todo, qué cosas nos diferencian de ellas, para poder seguir manteniendo el control sobre nuestros propios inventos. Las emociones detrás de las acciones, es una de ellas.

Muchas gracias por llegar hasta aquí.

En DELFA llevamos muchos años trabajando con ambas caras de la Inteligencia Artificial.
Por eso, cuando creamos ROMA360, lo hicimos con una premisa clara: cada línea de código debe estar pensada desde una perspectiva ética, responsable e inclusiva.

ROMA360 conecta sistemas, personas y procesos para ayudar a empresas que saben que pueden gestionar mejor, sin dejar de lado el valor humano.

Si quieres ver cómo funciona en la práctica, te invito a agendar una reunión personalizada.

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Nos vemos la próxima entrega.​

¡Chau!
Fabricio De los Santos